- La segunda charla dentro del ciclo “El libro de la vida” de Legado Cantabria provoca el diálogo intergeneracional
- La tercera y última cita será el 8 de abril en el Centro Cultural Madrazo y se centrará en le educación como herramienta de transformación social-
Dos mujeres cántabras que se han dedicado a la ganadería en dos épocas distintas en el Valle de Soba y el Valle de Campoo participaron este jueves 3 de abril en un diálogo intergeneracional que puso en valor las experiencias de las mujeres rurales, convocado por “El libro de la vida” de Legado Cantabria, proyecto de Fundación PEM, que tuvo lugar en el Centro Cultural Doctor Madrazo.
Rosario, ‘Charo’, Ortiz Cano (1943, Socueva, Arredondo) y María Montesino (Torrelavega, 1982) no se habían visto en persona antes del encuentro “La voz de las mujeres rurales”. Se conocieron minutos antes de la charla, pero la conexión inmediata entre ellas permitió un diálogo fluido que comenzó entre las butacas del salón de actos Isaac Cuende, cuando Zhenya Popova, coordinadora de Legado Cantabria, les mostró un libro que pareció unirlas instantáneamente: La voz de la tudanca, de José Miguel Dosal.
Mientras miraban las fotografías del libro, Rosario, a quien su nieta Naroba Trueba (11 años) describe como una superheroína, le dijo a María Montesino que “la investigó” en Internet días antes de encontrarse en Santander, para saber con quién iba a conversar. María respondió que ella vio por primera vez a Charo en la entrevista en vídeo que ya forma parte de Legado Cantabria.
Charo vive en Ramales y María en Aldueso (Campoo de Enmedio). Ambas viajaron a Santander para este encuentro, reunión que fue posible gracias al apoyo de la Fundación La Caixa y del Ayuntamiento de Santander.
Ya en el escenario, la conversación guiada por Zhenya llevó a Charo y a María a recordar qué las condujo a vivir de la ganadería. Charo proviene de una familia de campo, mientras María, socióloga de profesión, educada en Santander y nieta de campesinas, tuvo su primer acercamiento a la ganadería por Lucio, su pareja, un ganadero campurriano.
Charo tenía vacas frisonas que en sus mejores etapas de producción daban hasta 20 litros de leche al día. En su memoria hay un lugar especial para “la muda”, esos desplazamientos con el ganado que se hacían de un lugar a otro aún cuando tenía niños pequeños, a quienes solía llevar “a cuchus”, una ganadería trashumante y que hace años se hacía sin mayor método que el conocido por las mismas familias. Ahora, cuenta Charo con ironía, los ganaderos de las nuevas generaciones tienen que hacer “cursillos” para saber cómo trabajar con las vacas. Esos programas formativos, anota María, forman parte de los requerimientos para recibir las subvenciones de la Política Agraria Común (PAC) pero ambas destacaron la importancia de los mismos.
El tiempo, la tecnología y las subvenciones han cambiado la forma de trabajar de los ganaderos. Si antes se tenía que estar todo el día en el campo para saber dónde estaban sus animales, hoy las aplicaciones para teléfonos digitales, permiten conocer la ubicación del ganado, se le puede monitorear, saber si alguna hembra está de parto o si se ha alejado más de la cuenta.
“Ahora las vacas tienen más identidad que las personas”, lanza Charo cuando se refiere al censo que, actualmente, los propietarios del ganado deben cubrir como otro requisito burocrático. María enumera que el papeleo que cumplen sus compañeros y vecinos es difícil de seguir: “Una vaca tiene unos pendientes crotales con su número, ese crotal va unido a un papelito que como el DNI de la vaca y además tiene el libro de registro, el libro de alimentación, el libro de medicación, el libro de las guías”. La genealogía de la vaca, sus padres, sus hijos y todo el recorrido del animal. Todo ello, unido a la vigilancia de los veterinarios: “Nos fríen a inspecciones”, acota María.
Y aunque la tecnología ha cambiado la forma de trabajo de los ganaderos, el papel de la mujer en esta actividad primaria puede llegar a ser invisible. Por ejemplo, recuerda que en las ferias donde se vende o se exhiben las reses, los hombres no voltean a verla aunque sea ella quien habla de los precios de los animales. Charo recuerda que ella no iba esas ferias, se quedaba en casa a cuidar a sus hijos. Para ella, había triple trabajo: el ganado, la casa y la crianza. “Mi marido era muy ganadero y su máxima preocupación era que las vacas estuvieran alimentadas porque sabía que yo me encargaba de lo demás”. María reconoce el “doble trabajo” invisible al que estuvieron sometidas sus antecesoras. Sin embargo, ella misma reconoce que el número de mujeres que se hacen “autónomas” para trabajar con el ganado va en aumento.
Estas dos voces que han experimentado dos épocas y dos formas de ganadería diferentes, por el tiempo, la tecnología y la burocracia, recomiendan a las generaciones venideras tener vocación, amor, entusiasmo así como formaciones que les faciliten el acceso al papeleo y al manejo económico de la actividad. Si Charo habla de la necesidad de “tener vocación, amor por lo que se hace”, María reclama un futuro digno y profesional para aquellas personas jóvenes rurales que quieren seguir en el mundo de la ganadería cuando muchos de los discursos sociales que escuchan van en contra de esa intención: “Siéntanse orgullosos de lo que son”.
El último de tres encuentros de esta serie de “El libro de la vida” tendrá lugar el martes 8 de abril, a las 18:30 en el Centro Cultural Madrazo. Ese día los protagonistas serán Enrique Pérez Simón y Gema Martínez charlarán en el diálogo intergeneracional “Transformar la escuela, transformar la sociedad”.