«Aquello que uno se propone, si quiere, lo consigue en todas las cosas», afirma rotunda María de Prado Herranz, ejemplo paradigmático de que los sueños se pueden cumplir a cualquier edad. Con 94 años, esta anciana rapsoda cuenta con cinco poemarios y varios relatos cortos, compone regularmente, recita poesías en la biblioteca de su barrio y acude cada dos semanas a su ineludible cita con el club literario para personas mayores Las Letras Mágicas. Lo llamativo del caso es que comenzó a publicar su fértil producción literaria hace apenas siete años.
«Siempre he tenido pasión por la poesía. Diríamos que mi manera de ser es expresarme escribiendo», afirma De Prado frente al ingenio que le permitió difundir sus versos. «Ocurrió que cuando llegué a los 80 años, ya después de morir mi marido, mis hijos me aconsejaron que fuera a aprender informática en el hogar del pensionista. Eso para mí ha sido lo más grande porque cuando he visto que el ordenador me quitaba las faltas, ponía los acentos, decía, «ahora sí que estoy yo bien para esto»».
Porque de niña De Prado quería aprender. De hecho recibió una beca para cursar magisterio en Ávila por sus espléndidas notas. Pero a los 13 años el estallido de la Guerra Civil truncó sus ilusiones obligando a toda la familia a huir de los bombardeos del abulense pueblo de Peguerinos para trasladarse con unos parientes a San Lorenzo del Escorial.
Sin medios para continuar estudiando, De Prado se puso a trabajar para ayudar a su familia. Creció, se casó y vivió en este pueblo de la sierra de Guadarrama hasta que hace tres años se trasladó a Madrid con sus hijos. Y, a pesar de las dificultades, nunca dejó la poesía. «Yo tengo la necesidad de escribir para mis desahogos. Si tenía una pena: un poema sobre ello. Si tenía una alegría: lo mismo. Todo lo que tenía, mal escrito, incluso en papeles de estraza de los que traía de la compra, lo iba guardando». Hasta que en 2010 y con 87 años publicó su primer libro: ‘Estampas del camino’.
Después vendrían Sentimientos rimados (2011), El río de la vida (2013), Los días azules (2014) y El otoño de la vida (2016). Muchos de sus poemas son de temática religiosa. En otros habla de la familia, el amor o los sucesos de su día a día. Y en los más recientes se atreve con todo: desde objetos cotidianos como las albarcas, el ordenador o la lavadora, hasta problemas tan actuales como el terrorismo, la inmigración o la violencia machista. «Yo escribo en estilo libre, como se me ocurre», continúa explicando De Prado. Entre sus poetas favoritos destaca a José María Gabriel y Galán, costumbrista de finales del siglo XIX y principios del XX que cantó a la vida campesina. Y demuestra su asombrosa memoria recitando los versos de ‘Mi vaquerillo’, que aprendió en la escuela.
Este torrente de vitalidad ha sido reconocido recientemente por la Obra Social La Caixa, que le ha otorgado el Premio Vida Activa -que comparte con otros cuatro galardonados-, un premio a personas mayores de 60 años que, con actitud positiva, aportan un valor especial a sí mismas y a la sociedad. «Me parece inmerecido. No me gusta darme importancia, pero me es grato», reconoce humildemente la poetisa al tiempo que añade: «Hay personas mayores que dicen que les da vergüenza aprender y yo digo, pero bueno, si aprender es lo que tenemos que hacer todos los días».
En este 2017, al que también le ha dedicado unas estrofas, De Prado planea seguir creando. Para empezar, continuará regalando un poema en su cumpleaños a cada uno de sus cuatro hijos, ocho nietos, doce bisnietos y demás familia política, con los que se reúne cada 25 de septiembre para celebrar su propio aniversario. Además, está trabajando en sus memorias y en una novela escrita años atrás. «Quizá la edite», concluye sonriendo.
Fuente: El Mundo